Tengo una licenciatura en teología, pero siempre me costó ser hacedor de la Palabra que me habían enseñado, porque el estudio de la Biblia no es suficiente…
Me gustaba leer acerca de la Bestia que salía
del abismo, hacer cuentas de los mil doscientos sesenta días, o del reino del
cuerno pequeño y el macho cabrío de cuerno prominente… subrayaba aquellos versos que
contradecían a los que discutían conmigo de la ley y de la Gracia, pero jamás había
leído lo que el Espíritu Santo quería decir a mi propio corazón. Nunca había dejado que la espada penetrara
para partir mi alma y mi espíritu, para ser creado conforme a la imagen del
Señor y era de aquellos que, aunque estudiaba la luz, nunca llegaba hacia ella… aunque
hablaba de la luz, no quería que ella viniera a reprenderme… aunque
conocía los conceptos, no lograba conocerlos en persona… y aunque entendía mil misterios, no quería
tomarme lo que en realidad debía de beber de la Palabra, aquello que llamaba “lechita
para niños”, pero era lo mejor de lo mejor.
Comprobé que el conocimiento envanece y que conocer
a Dios tenía que ver más con una relación y que leer la Biblia sin el Espíritu
Santo del Señor, jamás me ayudará a conocerle.
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